miércoles, julio 25, 2007

EL CONOCIMIENTO DE SI MISMO...


EL CONOCIMIENTO DE SI MISMO


Vamos a platicar un poco sobre las inquietudes del Espíritu; ante todo se necesita comprensión creadora...
Lo fundamental en la vida es llegar realmente a conocerse a sí mismo: ¿de dónde venimos, hacia dónde vamos, cuál es el objeto de la existencia, para qué vivimos?, etc., etc., etc. Ciertamente, aquella frase que se puso en el frontispicio del Templo de Delfos es axiomática: "Homo, Nosce Te Ipsum" (Hombre, conócete a ti mismo... y conocerás el Univer­so y a los Dioses.).
Conocerse a sí mismo es lo fundamental; todos creen conocerse a sí mismos, cuando real­mente no se conocen. Así que, es necesario llegar al pleno conocimiento de sí mismos; esto requiere incesante autoobservación, necesita­mos vernos tal cual somos.
Desafortunadamente, las gentes admiten fácilmente que tienen un cuerpo físico, mas cuesta trabajo que comprendan su propia psicología, que la acepten en forma cruda, real. El cuerpo físico, aceptan que lo tienen porque pueden verlo, palparlo, mas su psicología es un poco distinta, un poco diferente. Ciertamente, como no pueden ver su propia psiquis, como no pueden tocarla, palparla, para ellos es algo vago que no entienden.
Cuando alguna persona comienza a obser­varse a sí misma, es señal inequívoca de que tiene intenciones de cambiar; cuando alguien se observa a sí mismo, cuando se mira a sí mismo, nos está indicando que se está volviendo diferente a los demás.
Es de los distintos eventos de la existencia de donde podemos nosotros sacar el material psíquico, necesario para el despertar de la Conciencia. En relación con las personas, ya sea en la casa, ya sea en la calle, en el campo, en la escuela, en la fábrica, etc., los defectos que llevamos escondidos afloran espontáneamente, y si estamos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, entonces los vemos; defecto descubierto, debe ser comprendido íntegramente, en todos los niveles de la mente. Si pasamos, por ejemplo, por una escena de ira, tendremos que comprender todo lo que sucedió. Supongamos que tuvimos una pequeña riña; tal vez llegamos a algún almacén, pedimos algo y el empleado nos trajo otra cosa que nosotros no habíamos pedido; entonces nos irritamos ligeramente... "Señor, le decimos, pero si yo he pedido esta cosa y usted me trae tal otra. ¿No se da cuenta usted que estoy de afán, que no puedo perder el tiempo?" He allí una pequeña riña, un pequeño disgusto; es obvio que necesitamos comprender qué fue lo que pasó... Si llegamos a la casa, debemos de inmediato concentrarnos, profundamente, en el hecho sucedido, y si ahondamos en los motivos profundos que nos hicieron actuar de esa manera, y en esa forma de regañar al empleado o al mo­zo, porque no nos trajo lo que habíamos pedido, venimos a descubrir nuestra propia autoimportancia, es decir, nos hemos venido a creer muy importantes. Obviamente ha habido, en nosotros eso, que se llama "engreimiento", "orgullo", "irritabilidad".­ He allí la impaciencia, he allí varios defec­tos: la impaciencia es un defecto, el engreimiento es otro defecto; la autoimportancia, sentirnos muy importantes, es otro defecto; el orgullo, sentirnos muy grandes y ver con des­precio al mozo que nos está sirviendo, he allí otro defecto; todos esos defectos nos hicieron comportar en forma inarmónica. De paso hemos descubierto varios Yoes que deben ser trabajados, comprendidos; habrá que estudiarse a fondo lo que es el Yo del en­greimiento, habrá que comprenderlo totalmen­te, habrá de analizársele; habrá de estudiarse a fondo lo que es el Yo del orgullo; habrá de estudiarse a fondo lo que es el Yo de la autoimportancia; habrá de estudiarse a fondo lo que es el Yo de la falta de paciencia, lo que es el Yo de la ira. En un grupo de Yoes, cada uno debe ser comprendido, analizado, es­tudiado por separado. Tenemos que aceptar que detrás de ese pe­queño e insignificante suceso, se esconde un grupo de Yoes, y que éstos, naturalmente, están activos. Hay que estudiarlos por separado; dentro de cada uno de ellos está embotellada la Esencia, es decir, la Conciencia; entonces hay que desintegrarlos, aniquilarlos, reducirlos a polvareda cósmica. Para desintegrarlos, ten­dremos que concentrarnos en la Divina Madre Kundalini, suplicándole, rogándole que los reduzca a polvo; pero primero hay que comprender el defecto (supongamos la ira) y luego, después de haberlo comprendido, rogarle a la Divina Madre que lo elimine; lo mismo des­pués de comprender la impaciencia, después de comprender la autoimportancia, etc., su­plicarle a ella que elimine tal error.
¿Por qué nos creemos importantes, si noso­tros no somos más que míseros gusanos del lodo de la tierra? ¿En qué basamos nuestra autoimportancia, en qué la fundamentamos? Pues realmente no hay basamento para nuestra autoimportancia, porque nada somos; cada uno de nosotros no es más que un vil gusano del lodo de la tierra. ¿Qué somos ante el Infinito, ante la Galaxia en que vivimos, ante esos millones de mundos que pueblan el espacio sin fin? ¿Para qué sentirnos autoimportantes? Así, analizando cada uno de nuestros defectos, los vamos compren­diendo, y defecto que vayamos comprendiendo, debe ser eliminado con la ayuda de la Divina Madre Kundalini. Es obvio que habrá que su­plicarle a ella, habrá que rogarle elimine el defecto que uno vaya comprendiendo.
En una escena toman parte varios Yoes; pongamos otra escena, una de celos por ejem­plo; incuestionablemente, es grave que en una escena de celos entren también varios Yoes. Si un hombre encuentra de pronto a su mujer hablando con otro hombre, en forma muy quedita, ¿qué le hará sentir eso? Sentirá celos, posiblemente que sí, y le formará pelea a la mujer. Es claro que si observamos esa escena, veremos que allí hubo celos, ira, amor propio, varios Yoes: el Yo del amor propio se sintió herido, los celos entraron en actividad, la ira también.
Cualquier escena, cualquier acontecimiento, cualquier evento, debe servirnos de base para el autodescubrimiento; en cualquier evento, ve­nimos a descubrir que tenemos dentro de nosotros mismos varios Yoes; eso es obvio. Por todos estos motivos, se necesita que nosotros estemos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra; es indispensable el estado de alerta percepción, de alerta novedad. Si no procedemos en esa forma, la Conciencia continuará metida dentro de los agregados psíquicos que en nuestro interior cargamos y no despertaríamos jamás.
Tenemos que comprender que estamos dor­midos; si la gente estuviera despierta, podría ver, tocar, palpar las grandes realidades de los mundos superiores; si las gentes estuvieran despiertas, recordarían sus existencias pasadas; si las gentes estuvieran despiertas, verían la Tierra tal como realmente es. Ustedes no están viendo la Tierra, tal como es; las gentes de la Lemuria sí veían el mundo como es; sabían que el mundo tiene nueve dimensiones (por todo, diríamos) y siete fundamentales. Veían el mundo en forma multidimensional; en el fuego percibían a las Salamandras o criaturas del fuego; en las aguas percibían a las criaturas acuáticas, a las Ondinas; en el aire, eran claros para ellos los Silfos y dentro del elemento tierra veían a los Gnomos. Cuando levantaban los ojos hacia el infinito, podían percibir a otras humanidades planetarias; los planetas del espacio eran visibles para los anti­guos, en forma distinta, pues veían el aura de los planetas y también podían percibir a los Genios Planetarios. Pero cuando la Conciencia humana quedó enfrascada dentro de todos esos Yoes o agregados psíquicos que constituyen el mí mismo, el yo mis­mo, el Ego, entonces se durmió; ahora se procesa en virtud de su propio condicionamiento.
En tiempos de la Lemuria, cualquier perso­na podía ver, por lo menos, la mitad de un "Holtapannas"; un Holtapan­nas equivale a cinco millones y medio de tonalidades del color. Cuando la Conciencia quedó metida entre el Ego, los sentidos dege­neraron; en la Atlántida ya tan sólo se podía percibir un tercio de las tonalidades del color, y ahora apenas sí se perciben los siete colores del espectro solar y unas pocas tonalidades. Las gentes de la Lemuria eran diferentes; para ellos las montañas tenían alta vida espiritual; los ríos, para ellos, eran el cuerpo de los Dioses; la Tierra entera era perceptible para ellos, en forma diferente; eran otro tipo de gentes, diferentes, distintas. Ahora la humani­dad, desgraciadamente, ha involucionado es­pantosamente; por estos tiempos, la humanidad está en un estado de caducidad, y si no nos preocupamos nosotros por autodescubrirnos, por conocernos mejor, continuaremos con la Conciencia dormida, metida entre todos los Yoes que llevamos en nuestro interior.
Los psicólogos, normalmente, creen que tenemos un solo Yo, y nada más. En la Gnosis se piensa diferente; en la Gnosis sabemos que la ira es un Yo, que la codicia es otro Yo, que la lujuria es otro Yo, que la en­vidia es otro Yo, que el orgullo es otro Yo, que la gula es otro Yo, etc., etc., etc. Virgi­lio, el Poeta de Mantua, el autor de "La Eneida", decía que "aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcan­zaríamos nosotros a enumerarlos cabalmente", (¡son tantos!). ¿Y dónde vamos a descubrirlos? Solamen­te en el terreno de la vida práctica se hace po­sible el autodescubrimiento. Cualquier escena callejera es suficiente para saber cuántos Yoes entraron en actividad. Cualquiera que entre en acción, hay necesidad de trabajarlo para comprenderlo y desintegrarlo; sólo por ese camino se hace posible liberar la Conciencia; sólo por ese camino es posible el despertar.
A nosotros nos debe interesar, primero que todo, el despertar, porque mientras continue­mos así como estamos, dormidos, ¿qué podemos saber de los Misterios de la Vida y de la Muerte?, ¿qué podemos saber de lo real, de la verdad? Para poder uno llegar a conocer a fondo los Misterios de la Vida y de la Muerte, se necesita indispensablemente des­pertar. Es posible despertar si uno se lo propone; mas no es posible despertar si la Concien­cia continúa embotellada entre todos esos Yoes.
Vivimos dentro de un mecanismo bastante complicado; la vida se ha vuelto profunda­mente mecanicista, en un ciento por ciento; la Ley de Recurrencia existe, todo se repite... La vida podríamos compararla con una rueda que está girando incesantemente sobre sí misma: pasan los acontecimientos una y otra vez, siempre repitiéndose; en realidad de verdad, nunca hay una solución final para los problemas; cada cual carga sus problemas, pero la solución final en realidad de verdad no existe, y si hubiera una solución final para los problemas que uno tiene en la vida, esto significaría que la vida no sería vida, sino muerte. Así pues, la solución final no se conoce.
Gira la rueda de la vida, siempre pasan los mismos acontecimientos, repitiéndose en forma más o menos modificada, más o menos alta o baja, pero repitiéndose. Llegar a la solución final, impedir que la repetición de eventos o circunstancias prosiga, es algo más que impo­sible. Entonces, lo único que tenemos nosotros que aprender es saber cómo vamos a reaccionar frente a las diversas circunstancias de la vida. Si reaccionamos siempre en la misma forma, si siempre reaccionamos con violencia, si siempre reaccionamos con lujuria, si siempre reaccionamos con codicia frente a los diversos he­chos que se repiten una y otra vez en cada exis­tencia, pues no cambiaremos nunca, porque los acontecimientos que ustedes están viviendo actualmente, ya los vivieron en la pasada exis­tencia. Esto significa que por ejemplo, si ahora es­tán ustedes sentados, escuchándome (no sería aquí mismo, en esta casa, pero sí en cualquier otro lugar de la ciudad), también estuvieron sentados, escuchándome, en la pasada existen­cia, y yo estuve hablándoles; es decir, siempre esta rueda de la vida está girando, y los acontecimientos que van pasando son siempre los mismos. Así pues, es imposible impedir que los acontecimientos dejen de repetirse; lo único que podemos hacer es cambiar nuestra actitud hacia los acontecimientos de la vida. Si nosotros aprendemos a no reaccio­nar ante ningún impacto proveniente del mundo exterior; si aprendemos a ser serenos, apacibles, entonces sucederá que podremos evi­tar que los acontecimientos produzcan en noso­tros los mismos resultados.
A fin de que comprendan mejor mis pala­bras, vamos a relatar un acontecimiento que cité en mi libro titulado "El Misterio del Aureo Florecer", sobre aquella existencia en la cual, me llamé Juan Conrado, Tercer Gran Señor de la Provincia de Granada, en la anti­gua España de la época de la Inquisición, cuan­do el Inquisidor Torquemada hacia desastres en toda Europa, y quemaba viva a la gente en la hoguera. Ciertamente, yo había llegado a él con el propósito de pedir una amonestación cristiana para alguien; tratábase de un Conde que me zahería constantemente con sus palabras, que hacía mofa de mí, etc. En aquella época andaba yo de Bodhi­sattva caído, y por cierto que no era una man­sa oveja; el Ego estaba bien vivo, pero yo que­ría evitar un nuevo duelo, no por temor, sino porque ya estaba cansado de tantos duelos, pues tenía fama de ser un gran espadachín. Me llegué muy temprano a las puertas del Palacio de la Inquisición; un fraile, un "monje azul" que estaba a la puerta, me dice: "¡Qué milagro de verle a usted por aquí, señor Mar­qués". "Muchas gracias, su Reverencia", le dije; "vengo a solicitar una audiencia con el Señor Inquisidor, Monseñor Tomás de Torque­mada". "¡Imposible!, dijo; hoy hay mu­chas audiencias; sin embargo, voy a tratar de conseguir para usted la audiencia". "Muchas gracias, su Reverencia", le dije, por adaptarme, naturalmente, a todos los convenios de aquella época (en realidad de verdad tenía uno que adaptarse, porque de lo contrario se le ponía la cosa grave). En todo caso, el "monje azul" desapareció como por encanto; yo aguardé pacientemente a que regresara. Al fin regresó; ya de regreso, me dice: "Está concedida para usted la au­diencia, señor Marqués; puede pasar". Pasé, atravesé un patio y un gran salón que estaba en tinieblas; pasé a otro salón que esta­ba también en profundas tinieblas, y por último a un tercer salón que estaba iluminado por una lámpara; la lámpara se hallaba sobre una mesa, y ante la mesa estaba sentado el Inquisidor, Don Tomás de Torquemada... ¡Nada menos que el Gran Inquisidor!; un ser, pues, cruel. Sobre su pecho llevaba una gran cruz; se encontraba en un estado aparentemente beatifico, con las manos puestas sobre el pecho. Al verlo, yo no hice otra cosa que saludarlo con todas las reverencias de la época. Me dijo: "Siéntese usted, señor Marqués, ¿qué le trae por aquí?" Entonces le dije: "Vengo a solici­tar una amonestación cristiana para el Conde Don Fulano de tal y tal y tal (con cincuenta mil nombres y apellidos), que lanza sus sátiras contra mí, se mofa, se burla, y yo no tengo ganas de otro duelo más; quiero evitar un nuevo duelo"... "¡Oh, no se preocupe usted, señor Marqués", me respondió; "ya tenemos muchas quejas contra ese condecito, aquí en la Casa Inquisitorial; vamos a hacerlo aprehender, lo llevaremos a la torre del martirio, le meteremos los pies entre carbones encendidos, para quemarle bien los pies, para que sufra; le levantaremos las uñas de las manos, le echaremos plomo derretido en las uñas, lo torturaremos, y después lo llevaremos a la plaza pública y lo quemaremos vivo"...
Bueno, yo no había pensado ir tan lejos; únicamente iba a pedir una amonestación cristiana. Claro, quedé perplejo al escuchar a Torquemada hablando en esa forma, con las manos puestas sobre el pecho, en una actitud beatifica.
Aquello me causó horror; no pude menos que manifestar mi descontento, y le dije: "¡Usted es un perverso; yo no he venido a pedirle que queme vivo a nadie, ni que venga usted a torturar a nadie; únicamente he venido a pedirle una amonestación cristiana, y eso es todo; ahora se dará cuenta usted, por qué no estoy de acuerdo con su secta!". En fin, pronuncié otras tantas palabras, lan­cé algunos tantos gritos que por ahora me re­servo, en un lenguaje un poquito altisonante, motivo más que suficiente como para que aquel alto dignatario de la Inquisición me dijera: "¿Con qué esas tenemos, señor Marqués?" Hizo sonar una campana y aparecieron unos cuantos Caballeros, armados hasta los dientes. Se levantó airoso y ordenó a los Caballeros aquellos diciendo: "¡Prended a ese hombre!"... "¡Un momento, Caballeros (les dije); recordad las reglas de la Caballería!". (En aquella época las reglas de la Caballería eran respetabilísimas para todo el mundo). "¡Dadme una espada y me batiré con cada uno de vosotros!" Un Caballero me entrega la es­pada (yo la recibo); luego da un paso hacia atrás y me dice: "¡En guardia!" Le respondí: "¡Siempre estoy!" Y nos trabamos en dura lid. No se oían sino los golpes de las espadas; pare­cía que esas espadas, al golpearse una contra otra, lanzaran chispas. Aquel Caballero era muy hábil en la esgrima, pues manejaba las armas a la maravilla, pero yo tampoco era una mansa oveja; ¡claro está que no! Total, que el duelo fue muy bravo; sólo me faltaba hacer uso de mi mejor estocada para salir victorioso, pero los otros Caballeros que estaban viendo el asunto, se dieron cuenta que su compañero "se iba derecho al Panteón", y claro, me cayeron en pandilla, me atacaron con una furia terrible, y eran muchos. Me defendí como pude, saltaba sobre las me­sas, utilizaba los muebles como escudo; en fin, hice maravillas para tratar de sobrevivir, para defenderme, mas llegó un momento en que el brazo derecho se cansó, ya no podía con el peso de la espada, y dije: "Han ganado ustedes por sorpresa, porque me han caído en pandilla, eso no es de Caballeros; si queréis la espada, aquí está"... Entonces el señor Inquisidor ordenó: "¡A la hoguera!", y en fin, no fue difícil quemarme vivo. Allí tenían un poco de leña, al pie de un poste de acero; me encadenaron a aquel poste, prendieron fuego a la leña, y a los pocos segun­dos estaba yo allí, ardiendo, como tea encendi­da. Sentí un gran dolor, veía cómo mi cuerpo físico se quemaba, hasta quedar reducido todo a cenizas; sentí que aquel dolor supremo se convertía en felicidad; entendí que más allá del dolor, mucho más allá del dolor, existe la felicidad. El dolor humano, por muy grave que sea, tiene un límite; una lluvia bienhechora comen­zó a caer sobre mi cabeza; sentí que me alivia­ba, di un paso y vi que podía dar otro; total, salí de aquel Palacio caminando despacito, des­pacito, y era que ya había desencarnado; mi cuerpo físico pereció en la hoguera de la Inquisición.
Hoy, por ejemplo, al repetirse un evento de esos en mi vida, estoy seguro que ya no iría a una hoguera, ni a un paredón, ni a algo pare­cido, o por el estilo. ¿Por qué? Porque al no tener ya esos Yoes de la ira, de la impaciencia, escucharía al Inquisidor serenamente, im­pasiblemente; comprendería el estado en que él se encuentra, guardaría un silencio total, ninguna reacción saldría de mí. Como resultado, no pasaría nada, eso es cla­ro; podría salir tranquilo, sin problemas. De manera que los problemas, en realidad de verdad, los forma el Ego. Si en aquella ocasión yo no hubiera reaccionado en esa forma contra el "Santo Oficio" (como así se le llamaba), contra la Inquisición, contra el "monje azul", etc., etc., etc., pues es obvio que no habría desencar­nado en esa forma. Esto no significa cobardía, sino que sencillamente, habría permanecido sereno, impasible; luego habría dado la espal­da y me habría retirado sin problemas. Desgraciadamente tenía un Ego muy desa­rrollado, y esos son los problemas que forma el Ego. Cuando uno no tiene Ego, esos problemas no suceden; puede que la circunstancia se repita, pero ya no sucede igual, y no vienen esos problemas.
La cruda realidad de los hechos es que los eventos pueden estarse repitiendo, pero lo que nosotros tenemos que hacer es modificar nues­tra actitud hacia los eventos; si nuestra actitud es negativa, nos crearemos gravísimos proble­mas; eso es obvio. Necesitamos cambiar nuestra actitud hacia la existencia, pero uno no puede cambiar su actitud hacia la vida, si no elimina aquellos elementos perjudiciales que lleva en la psiquis. La ira, por ejemplo, ¿cuántos problemas le trae a uno? La lujuria, ¿cuántos problemas le trae a uno la lujuria? Los celos, ¿cuan nefastos son? La envidia, ¿cuántos inconvenientes le proporcionan a uno? Uno tiene que cambiar su actitud frente a las distintas circunstancias de la vida: éstas se repiten con uno o sin uno, pero se repiten; lo importante es que uno cam­bie su actitud hacia las distintas circunstancias de la vida; es decir, necesitamos autoconocernos profundamente: sí nos autoconocemos, des­cubrimos nuestros errores, y si los descubrimos, los eliminamos, y si los eliminamos, desperta­mos, y si despertamos, venimos a conocer los Misterios de la Vida y de la Muerte, venimos a experimentar eso que no es del tiempo, eso que es la verdad. Pero mientras nosotros continuemos con la Conciencia embotellada entre el Ego, entre el Yo o entre los Yoes, obviamente no sabre­mos nada de los Misterios de la Vida y de la Muerte, no podremos así experimentar lo real, viviremos en la ignorancia. Se hace, pues, urgente e inaplazable cumplir con la máxima de Tales de Mileto: "Nosce Te Ipsum" (conócete a ti mismo). Todas las leyes de la Naturaleza están dentro de uno mismo; si uno no las descubre dentro de sí mismo, tampoco las puede descubrir fuera de sí mismo. Así pues, dentro de uno está el Universo ("el hombre está contenido en el Universo y el Universo está contenido en el hombre"); si no descubrimos al Universo dentro de sí mismos, no lo podremos descubrir fuera de nosotros mismos; eso es obvio. Existen en nosotros po­sibilidades extraordinarias, pero ante todo debemos partir del principio "Nosce Te Ip­sum"...
La falsa personalidad, por ejem­plo, es óbice para la verdadera felicidad; todo ser humano tiene una falsa personalidad que está formada por el engreimiento, por la vanidad, por el orgullo, por el temor, por el egoísmo, por la ira, por la autoimportancia, por el autosentimentalismo, etc. La falsa persona­lidad es verdaderamente problemática, porque está dominada por ese tipo de Yoes que he enumerado; mientras uno posea la falsa per­sonalidad, en modo alguno podrá conocer la real felicidad, ¿cómo la conocería? Si uno quiere ser feliz, y todos tenemos dere­cho a la felicidad, tiene que empezar por elimi­nar la falsa personalidad; pero para eliminar la falsa personalidad, tiene uno que eliminar los Yoes que la caracterizan, los que he enu­merado. Eliminados esos Yoes, entonces todo cambia: se crea en nuestra Conciencia un centro de gravedad continuo, y deviene un estado de felicidad extraordinaria. Debemos tener en cuenta todo esto, si es que realmente anhelamos ser felices algún día.
Incuestionablemente, lo más importante en la vida práctica, viene a ser precisamente cris­talizar, en la humana personalidad, eso que se llama "Alma". ¿Qué es lo que se entiende por Alma? Todo ese conjunto de poderes, fuerzas, virtudes, facultades, etc., del Ser. Si uno elimina por ejemplo el defecto o el Yo de la ira, en su reemplazo cristalizará, en nuestra humana persona, la virtud de la sere­nidad; si uno elimina el defecto del egoísmo, en su reemplazo, en nuestra humana persona cristaliza la virtud maravillosa del altruismo; si uno elimina el defecto de la lujuria, en su reemplazo cristaliza en nuestra persona la vir­tud extraordinaria de la castidad; si uno eli­mina de su naturaleza íntima el odio, en su reemplazo cristalizará en nuestra personalidad el amor; si uno elimina el defecto de la envidia, en su reemplazo cristalizará, en la humana personalidad, la alegría por el bien ajeno, la filantropía, etc. Así que, es necesario comprender que hay que eliminar los elementos indeseables de nuestra psiquis, para cristalizar en nuestra hu­mana persona eso que se llama Alma: un conjunto de fuerzas, de atributos, de virtudes, de poderes anímicos, etc. Sin embargo, he de decir que no todo es intelecto; el intelecto es útil cuando está al servicio del Espíritu, pero no todo es intelecto. Incuestionablemente, debemos pasar por grandes crisis emocionales, si es que queremos nosotros cristalizar Alma en sí mismos. Si "el agua no hierve a cien grados", no cristaliza lo que hay que cristalizar y no se elimina lo que se debe eliminar; así también, si no pasamos previamente por graves crisis emocionales, no cristalizará en nosotros eso que se llama Alma, no se eliminará eso que se debe eliminar. Así ha sido siempre; cuando el Alma cristaliza completamente en uno mismo, hasta el cuerpo físico se convierte en Alma.
Jesús de Nazaret, el Gran Kabir, habló claro sobre esto y dijo: "En paciencia poseeréis vuestras Almas". Las gentes no poseen su Alma, el Alma los posee; el Alma de cada per­sona sufre, cargando con un fardo abrumador: la personalidad. Poseer Alma es algo muy distinto, pero escrito está que "en paciencia poseeréis vuestras Almas".
Hay Yoes muy difíciles de eliminar, defectos terribles, Yoes que están en relación con la Ley del Karma; cuando se llega a eso, parece como si nos detuviéramos en el avance, y obviamente que sí nos detenemos. Mas con infinita paciencia, al fin se consigue la elimi­nación de esos Yoes. La paciencia y la sere­nidad son facultades extraordinarias o virtu­des magníficas, necesarias para avanzar por este camino de la transformación radical. En mi libro "Las Tres Montañas" hablo precisamente de la paciencia y de la serenidad.
Un día, estando en un Monasterio, un grupo de hermanos aguardábamos impacientemente al Abad, al Hierofante; mas éste tardaba, pasa­ban las horas y éste tardaba, todos estaban preocupados. Habían allí algunos Maestros, muy respetabilísimos, pero llenos de impacien­cia. Paseaban por el salón, iban y venían, se jalaban el cabello, se jalaban las barbas, impa­cientes; yo permanecía sereno, tranquilo, pa­cientemente aguardaba: únicamente me causaba curiosidad estos hermanitos impacientes. Al fin, después de varias horas se presentó el Maestro, y dirigiéndose a todos les dijo: "A ustedes les faltan dos virtudes que este her­mano tiene" y me señaló a mí. Luego, diri­giéndose a mí, me dijo: "Dígale usted, her­mano, cuáles son esas dos virtudes". Entonces yo me puse de pie y dije: "Hay que saber ser pacientes, hay que saber ser serenos"... Todos quedaron perplejos; enseguida el Maestro trajo una naranja, que es símbolo de esperanza, y me la entregó aprobándome, quedé aprobado para entrar a la Segunda Mon­taña, que es la de la Resurrección; los otros, los impacientes, quedaron aplazados. Se me citó después en otro Monasterio, para firmar algunos papeles que tenía que firmar, y así lo hice; más tarde concurrí a ese Monasterio, fir­mé los papeles y se me entregaron ciertas instrucciones esotéricas; se me admitió en los es­tudios de la Segunda Montaña, y aquellos compañeros a estas horas, todavía están lu­chando por lograr la paciencia y la serenidad, pues no la tienen.
Vean ustedes lo importante que es ser pa­ciente y ser sereno. Así, cuando uno está trabajando en la disolución del Yo, y por nada de la vida consigue disolverlo porque se ha vuelto muy difícil (pues hay Yoes así, que se relacionan con el Karma), no le queda a uno más remedio que multiplicar la paciencia y la serenidad, hasta triunfar. Pero muchos son impacientes, quieren eliminar tal o cual Yo de inmediato, sin pagar el precio correspon­diente, y eso es absurdo. En el trabajo sobre uno mismo, es necesario multiplicar la pacien­cia hasta el infinito, y la serenidad hasta el colmo de los colmos; quien no sabe tener pacien­cia, quien no sabe ser sereno, fracasa en el camino esotérico.
Obsérvense ustedes en la vida práctica: ¿son pacientes, saben permanecer serenos en el mo­mento preciso? Si no tienen esas dos virtudes, pues hay que trabajar para conseguirlas. ¿Cómo? Eliminando los Yoes de la impa­ciencia y eliminando los Yoes de la falta de serenidad (el enojo, los Yoes del enojo, son los que no permiten la serenidad).
¿Qué es lo que buscamos nosotros a la larga con todo esto? Cambiar, pero cambiar total­mente, porque así como estamos, incuestionablemente lo único que hacemos es sufrir, amargarnos la vida. También cualquiera puede hacernos sufrir a nosotros, basta que nos to­quen una fibra del corazón para que ya estemos sufriendo. Si nos dicen una palabra dura, su­frimos; si nos dan unas palmaditas en el hom­bro y nos dicen unas palabras dulces, nos alegramos; así somos de débiles: no tenemos po­der sobre nuestros procesos psicológicos, cual­quiera puede manejar nuestra psiquis. ¿Quieren ver ustedes a una persona enojada? Díganle una palabra dura y la verán enojada, y si quieren verla contenta, denle una palmadita en el hombro, díganle unas palabras dulces y ya cambiará, ya estará contenta. ¡Qué fácil es, cualquiera juega con la psiquis de los demás; qué débiles son estas criaturas!
Se trata, pues, de cambiar, de que todo esto que tenemos nosotros de débiles sea eliminado; hasta nuestra misma identidad personal debe perderse para nosotros mismos. Esto quiere decir que el cambio debe ser tan radical, que hasta nuestra misma identidad personal (yo soy fulano de tal, etc.) debe perderse para sí mismos; llegará el día en que no encontraremos nuestra misma identidad personal. Si se trata de convertirnos en algo distinto, en algo diferente, obviamente hasta la misma identidad personal debe perderse.
Necesitamos convertirnos en criaturas distintas, en criaturas felices, en seres dichosos, pues tenemos derecho a la felicidad; pero si no nos esforzamos, ¿cómo vamos a cambiar, de qué manera? ¡He allí lo grave!
Lo más importante es no identificarse con las circunstancias de la existencia. La vida es como una película, y es de hecho una película que tiene un principio y tiene un fin; distintas escenas van pasando por la pantalla de la mente, y el error más grave de nosotros consiste en identificamos con esas escenas. ¿Por qué? Porque pasan, sencillamente por­que pasan; son escenas de una gran película, y al fin pasan... Afortunadamente, en el camino de mi vida acepté siempre eso como lema: No identificarse uno con las diferentes circunstancias de la vida. Me vienen a la memoria, dijéramos, casos de la niñez. Como quiera que mis padres te­rrenales se habían divorciado, nos tocaba a nosotros, los hermanos de una gran familia, sufrir. Habíamos quedado con el jefe de la familia y se nos prohibía visitar a nuestra ma­dre terrenal; sin embargo, nosotros no éramos tan ingratos como para poder olvidarla. Me escapaba siempre de mi casa con un her­manito menor que me seguía; íbamos a visi­tarla y luego regresábamos a casa, mas mi hermanito sufría mucho, pues al regreso se cansaba porque era muy pequeño, y yo tenía que llevarlo entonces sobre mis espaldas, (¡qué tan pequeño estaría!), y lloraba él amargamente y decía: "Ahora, al regresar a casa, papá nos va a azotar, nos va a dar de azotes y de palos". Yo le respondía diciéndole: "Todo pasa, acuér­date que todo pasa"... Cuando llegábamos a la casa, ciertamente nos aguardaba nuestro padre terrenal, lleno de grande ira, y nos daba de latigazos. Posteriormente nos internábamos en nuestra recámara a dormir; pero ya al acostarnos, le decía yo a mi hermano: "¿Te fijas?, ya pasó; ¿te convenciste de que todo eso ya pasó?" Un día de esos tantos, nuestro padre alcanzó a oír cuando yo le decía a mi hermano: "Todo pasa, eso ya pasó" y claro, mi padre que era bastante iracundo, empuñó de nuevo el látigo terrible que traía, y penetró en la recámara de nosotros diciendo: "¿Con que todo pasa, sinvergüenzas?", y luego otra azotaina mas terrible nos dio, retirándose después, al parecer muy tranquilo por habernos azotado. Ya que él se retiró, un poco más quedito le dije a mi hermano: "¿Te fi­jas?, eso también ya pasó"... Es decir, nunca me identificaba con esas escenas; tomé como lema en la vida jamás identificarme con las circunstancias, con los eventos, con los acontecimientos, pues sé que esos acontecimientos, que esas escenas van pa­sando. ¡Tanto que uno se preocupa porque tiene un problemazo, que no sabe cómo resolver!, y después ya pasa y viene otra escena com­pletamente distinta; entonces, ¿para qué se preocupó? Si tenía que pasar, ¿con qué objeto se preocupó?
Cuando uno se identifica con los distintos eventos de la vida, comete muchos errores. Si uno se identifica con una copa de licor que le están ofreciendo un grupo de amigos embriagados, pues termina borracho; si uno se identifica con una persona del sexo opuesto en un momento dado, resulta fornicando, y si uno se identifica con un insultador que lo está hirien­do a uno con sus palabras, resulta también in­sultando... ¿A ustedes les parece muy cuerdo que nosotros, que somos gentes aparentemente serias, resultáramos insultando? ¿Ustedes creen que eso estaría bien? Si uno se identifica con una escena, por ejemplo de sentimentalismo llorón, donde todos están llorando amargamente, pues uno resulta también con sus "buenas lagrimitas". ¿Ustedes creen que eso estaría correcto, que otros nos pongan a llorar así, porque "les dio la gana"? Esto que les estoy diciendo es indispensable, si es que ustedes quieren autodescubrirse; es indispensable porque si uno se identifica comple­tamente con una escena, quiere decir que se ha olvidado de sí mismo, se ha olvidado del trabajo que está haciendo, y entonces está perdiendo el tiempo miserablemente. Las gentes se olvidan completamente de sí mismas, se olvidan de su propio Ser Inte­rior profundo: por eso se identifican con las circunstancias. Normalmente las gentes andan dormidas por eso: porque están identi­ficadas con las circunstancias que las rodean, y cada cual tiene su cancioncita psicológica, como dije por allí, en mi libro "Psicología Re­volucionaria". De pronto se encuentra uno a alguien que le dice: "Yo, en la vida, tuve que hacer esto y esto y esto; me robaron, fui un hombre rico, tuve dinero y me estafaron; un fulano de tal fue el malvado que me estafó" (total, canta su canción psicológica). Diez años más tarde se encuentra uno a ese mismo sujeto, y vuelve a cantarle su misma canción; veinte años después se lo encuentra uno y vuelve a cantarle su misma canción; esa es su canción psicológica: quedó identi­ficado con ese evento para el resto de su vida, y en esas circunstancias, ¿cómo va uno a disolver el Ego, de qué manera, si lo está fortificando? Al identificarse así, lo fortifica, fortifica a los Yoes. Si uno se identifica con una trifulca, resulta también dando puñetazos. Me viene a la memoria el caso de un boxeador, de un cam­peón peleando contra otro en los Estados Uni­dos; al final todos los espectadores terminaron dándose golpes unos contra otros, perfectamen­te locos; todos dándose puñetazos, unos contra todos, todos resultaron boxeadores. Observen ustedes lo que es la identificación. He visto de pronto a una dama, mirando una película donde los actores lloran. Bueno, llo­ran fingiendo, claro está, pero aquella dama que está contemplando la película, resulta llo­rando también, con una angustia espantosa. Vean ustedes lo que es la identificación: ¿Qué ha hecho esa pobre mujer? Que se ha identifi­cado con esa película; se ha creado, al identifi­carse con el héroe de la película, o con la heroína, un nuevo Yo; ha creado dentro de sí misma a ese nuevo Yo que le ha robado parte de su Conciencia; de manera que esa persona, si estaba dormida, ahora sigue más dor­mida. ¿Por qué? Por la identificación; eso es obvio.
Me viene a la memoria, en estos momentos, un caso insólito. En cierta ocasión se me ocu­rrió ir a un cine, hace muchísimos años. La película era muy romántica; allí aparecía una pareja de enamorados que se querían y se ado­raban. Bueno, y yo muy interesado en ver al par de enamorados: esas poses, esas palabras; qué miradas, qué cosas, y yo encantado mirándolos... Al fin terminó la tal película esa, y muy tranquilo me fui para la casa. Ya estando en casa, sentí sueño; me acosté y entonces esa noche fui a dar al Mundo de la Mente; allí me encontré una mujer como aquella que yo había admirado en la película; estaba "hasta guapita", estaba frente a mí tal mujer. Me senté con ella en una mesa para tomar al­gunos refrescos, y entonces vinieron las dulces palabras, muy semejantes a las de la película por cierto. Conclusión: no llegué hasta la có­pula química ni nada por el estilo, pero no fal­taron los besos, los abrazos, las caricias, las ter­nuras y cincuenta mil cosas por el estilo. Les estoy narrando una historia sucedida hace veinte años; no es de ahora, porque ahora no voy a los cines, pero en aquella época sí iba a algún cine; me parecía que era una diversión muy sana (así creía yo). Ya al llegar al Mun­do Astral, me encontré dentro de un gran Templo, y pude verificar que un Maestro me había estado analizando; claro, en mi interior me dije: "¡metí la pata!" Me retiré unos cuantos pasos, para aguardar o ver qué sucedía, y de pronto el Maestro aquel me envía un papel con el Guardián del Templo. El Guardián me lo entregó; leí el papel que decía: "Retírese usted inmediatamente de este Templo, pero con 'INRI'" (con "INRI" es conservando el fuego, puesto que no había propiamente fornicado, no pasaba de las ternuras). Total que entonces dije yo: "Ni mo­do, esto está muy grave"... Muy despacio salí, avancé por el corredor de la nave central, y antes de salir fuera del Templo, en el recli­natorio me arrodillé humildemente, pidiendo compasión, pidiendo que tuvieran un poquito de piedad con mi insignificante persona, que sí había estado "metiendo la pata". Así estaba yo, en mis plegarias y oraciones, cuando de pronto viene el Guardián nuevamente hacia mí, y me dice, ya en forma más terri­ble: "¡Se le ha ordenado a usted que se reti­re!" Cuando le dije que quería yo hablar con el Maestro para exponerle mis razones, entonces me respondió: "El Maestro ahora está, ocu­pado; está examinando otras Efigies del Mundo Mental"... Allí fue cuando vine a darme cuenta con lo que yo había estado, era una Efigie mental creada por mí mismo, la había creado en pleno cine: esa Efigie había tomado vida propia en el Mundo Mental, era una mujer exactamente igual a la actriz que había visto en la película. Total, en mi pobre mente la había reprodu­cido, y ahora en el Mundo de la Mente, me había encontrado cara a cara con la tal Efigie creada por mí mismo... El Maestro con­tinuaba examinando otras Efigies de otros Iniciados; no me quedó más remedio que salir del Templo. Volví a mi cuerpo físico; durante todo el día siguiente estuve muy triste, lamen­tando haber ido al cine. "¡Qué metida de pata, dije; no he debido haber ido!; vean a lo que fui yo: a crear una Efigie mental!" Pedí perdón cincuenta millones de veces al Cristo, al Cristo Intimo; porque dije: "El es el único que podrá perdonarme este metidón de pata". A la noche siguiente pedí de todo corazón que "me repitieran la prueba, que me sentía capaz de salir victorioso; no más ternuras ni más caricias para esa Efigie mental, etc." Y ciertamente, me concedieron la repetición de la prueba; me llevaron en Cuerpo Mental al mismo lugar, a la misma mesa; volví a encon­trarme otra vez con la dama de los ensueños, la actriz que había visto en la pantalla. Ya iban a empezar las ternuras nuevamente, y me acordé de la cuestión. Inmediatamente desenvainé la espada flamígera y dije: "¡Conmigo tú no puedes; tú no eres más que una forma mental creada por mi propia men­te!" Y allí mismo hice uso de la espada flamígera y volví pedazos esa Efigie mental, la volví polvo... Pasado eso, en­tonces fui nuevamente llamado al Templo Astral, y entré al Templo Astral, esta vez victorio­so, triunfante; me recibieron con mucha mú­sica, mucha fiesta; nuevamente, después, vinieron las instrucciones, diciéndoseme "que no volviera a los cines, porque podía perder la espada"... Me llevaron, en Astral, a mostrarme lo que son los cines, que están llenos de Efigies mentales, las Efigies que dejan los espectadores. Todo lo que uno está viendo allí, en pantalla, sobre todo cuando es morboso, se reproduce en la mente de las gentes: las mis­mas figuras, las mismas formas; los que salen, dejan multitud de formas mentales en esos antros de la magia negra. Conclusión: se me dijo que "en vez de estar yendo a los cines, repasara mis existencias anteriores, que es más útil que estar yendo a esos cines"... Yo cumplí la orden, y es claro que dejé de ir a los cines. Pero, ¿qué fue lo que me perjudicó? Pues haberme identificado con aquella película que estaban dando; me pareció tan hermosa la dama aquella, en aquella época, que yo mismo llegué a sentirme un ga­lán, no el de la pantalla, sino yo. Resultado: Fracaso... Esto sucedió hace veinte años, o pongan veintidós, pero no se me ha olvidado.
Uno nunca debe identificarse con nada de lo que vea en la vida; las circunstancias, los eventos desagradables, pasan, todo pasa. Deben aprovecharse las circunstancias para estu­diarse, para observarse uno a sí mismo; en vez de estar identificados con las circunstancias desagradables, debe estar uno estudiándose a sí mismo: ¿tengo ira, tengo celos, tengo odio?, ¿qué estoy sintiendo en este momento frente a esto que me está sucediendo? Así es como se aprovecha el Yo, sabiendo uno no identificarse, sabiendo sacar partido de todo; no olviden ustedes que las peores adversidades le ofrecen a uno las mejores oportunidades para el autodescubrimiento.
Cuando uno se identifica con las circunstan­cias desagradables, comete errores, se complica la vida y se forman problemas. Todas las gentes están llenas de problemas porque se identifican con lo que les sucede, con lo que les está pasando, con lo que están viviendo; por eso es que están, todos, llenos de problemas. Pero si uno no se identifica con nada de lo que le esté sucediendo, si dice "todo pasa, todo pasa, esta es una escena que pasa" y no se identifica con ella, pues tampoco se complica la vida. Pero a la gente le encanta complicarse la vida; si alguien les hiere con una palabra dura, reaccionan con violencia. A todos les gusta complicarse la existencia, y mientras se reacciona con violencia, pues peor, porque más dura se pone la cuestión, mas tra­bajoso se vuelve todo. Aprovechemos las circunstancias desagradables de la vida para el autodescubrimiento; así sabremos qué clase de defectos psicológicos poseemos. Tomemos la vida como un gimnasio psicológico; si así procedemos, entonces podremos autodescubrirnos. Hasta aquí mis palabras de esta noche.


VENERABLE MAESTRO SAMAEL AUN WEOR...

EL CENTRO EMOCIONAL Y LAS IMPRESIONES NEGATIVAS...


EL CENTRO EMOCIONAL Y LAS IMPRESIONES NEGATIVAS


Desgraciadamente, el ser humano no sabe seleccionar sus impresiones: abre las puertas a todas las impresio­nes negativas. ¿Qué dirían ustedes, por ejemplo, ahora que esta­mos aquí, en este salón, si le abriéramos la puerta a unos ladrones para que entraran? Pregunto a estos her­manos que nos acompañan aquí, en esta plática: ¿a ustedes les parecería correcto que se le abriera la puer­ta, por ejemplo al vandalaje? Obviamente cometeríamos un absurdo y ustedes lo demandarían. Sin embargo, no hacemos lo mismo con las impresiones: le abrimos las puertas a todas las impresiones negativas del mundo. Estas penetran en nuestra psiquis y hacen destrozos allá adentro, se transforman en agregados psíquicos y desarrollan en nosotros el centro emocio­nal negativo. En conclusión: nos llenan de lodo, pero se las abrimos.
¿Será correcto eso? ¿Será correcto que una persona que viene, por ejemplo, llena de impresiones negativas (que emanan de su centro emocional negativo), sea acogida por nosotros, que abramos las puertas a todas las emo­ciones negativas de esa persona?
Parece que no sabemos seleccionar las impresiones y eso es muy grave. Nosotros debemos aprender a abrir y ce­rrar las puertas de nuestra psiquis a las impresiones: abrir las puertas a las impresiones nobles, limpias, ce­rrarlas a las impresiones negativas y absurdas. O sea, las impresiones negativas, causan daño, desarrollan el centro emocional negativo en nosotros, nos perjudican.
¿Por qué hemos de abrir las puertas a las impresiones negativas? Vean ustedes lo que uno hace estando en grupo, en multitudes. Yo les aseguro que ninguno de us­tedes, por ejemplo ahorita, se atrevería a salir a la calle a lanzar piedras contra nadie, ¿verdad? Sin embargo, en grupos quién sabe. Puede que alguien se meta dentro de una gran manifestación publica y ya esté enardecido por el entusiasmo, y si las multitudes lanzan piedras, él también resulta lanzando piedras, aunque después se di­ga a sí mismo: ¿Y por qué las lancé, por qué hice eso?
Recuerdo una de esas manifestaciones, hace unos cuantos años, cuando los maestros de escuela se levantaron en muchas huelgas, protestas y manifestaciones. Enton­ces vimos cosas insólitas (aquí, en pleno Distrito Fede­ral, hace unos diez o quince años). ¿Qué vimos? A profesores muy decentes, muy cultos, muy dignos, que ya en multi­tud, agarraban piedras y las lanzaban con fuerza, contra vidrios, contra las gentes, contra quienes podían. Esos profesores de escuela nunca lo hubieran hecho a solas, pero en multitud, en grupos, el ser humano se comporta muy distinto, hace cosas que nunca haría a solas. ¿A qué se debe eso? Pues a las impresiones ne­gativas, a que él le abre sus puertas a las impresiones negativas, y resulta haciendo lo que nunca haría a solas. Por eso es necesario que nosotros aprendamos a se­leccionar nuestras impresiones.
Cuando uno abre las puertas a las impresiones negati­vas, no solamente altera el Centro Emocional, que está en el corazón, sino que lo torna negativo. Si abre uno sus puertas, por ejemplo, a la emoción negativa de una persona que viene llena de ira, porque alguien le oca­sionó algún daño, entonces termina uno, pues, aliado con esa persona y en contra de aquélla que ocasionó el daño. Termina uno lleno de ira, sin siquiera tener parte tampoco en el asunto.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresiones negativas de un borracho, al que encontramos durante una pachanga. Entonces termina uno aceptándole una copita al borracho, y luego dos, tres, diez. Conclu­sión: borracho también.
Supongamos que uno le abre las puertas a las impresio­nes negativas, por ejemplo, de una persona del sexo opuesto. Termina uno también fornicando, cometiendo toda clase de delitos. Y si le abrimos las puertas a las impresiones negativas de un drogadicto, resultamos tam­bién fumando marihuana, ¡y con semilla y todo! Conclu­sión: ¡fracaso!
Así es cómo los seres humanos se contagian unos a otros. Dentro de ambientes negativos, los borrachos con­tagian a los borrachos, los ladrones vuelven ladrones a los otros, los ladrones-homicidas contagian a otros, los drogadictos se contagian entre sí, y se multiplican los drogadictos, se multiplican los asesinos, se multiplican los ladrones, se multiplican los usureros. ¿Por qué? Porque cometemos siempre el error de abrirle las puertas a las emociones negativas, y eso no está correcto.
¡Seleccionemos las impresiones! Si alguien nos trae emo­ciones positivas de luz, de armonía, de belleza, de sabi­duría, de amor, de poesía, de perfección, abrámosle las puertas de nuestro corazón. Pero si alguien nos trae emo­ciones negativas de odio, de violencia, de celos, de drogas, de alcohol, de fornicación, de adulterio, ¿por qué tenemos que abrirle las puertas de nuestro corazón? ¡Cerrémosla, cerremos las puertas a las impresiones nega­tivas!
Cuando uno reflexiona en todo esto, puede perfectamen­te modificarse, hacer de su vida algo mejor.


VENERABLE MAESTRO SAMAEL AUN WEOR...

EL CAMINO ESOTERICO...


EL CAMINO ESOTERICO


Vamos a comenzar nuestra plática de esta noche y espero que pongan el máximum de atención. Cada vez que venga yo por aquí, no tendré inconveniente alguno en reunirme con todos ustedes para platicar un poco.
Ha llegado la hora, pues, de comprender realmente el camino esotérico; eso es obvio. En todo caso, no está de más decirles que lo que estamos buscando, en verdad, es convertirnos en verdaderos seres autorrealizados y perfectos. Sonará un poco exagerado lo que estoy dicien­do aquí, en esta sala, pero en verdad no veo otro objetivo básico para nuestras reuniones, sino el de estudiar el camino esotérico. Eso es lo fundamental.
Distintos mensajeros han venido a traer sus mensajes a la humanidad. En el pasado, en los tiempos antiguos, cuando la humanidad no había desarrollado en su naturaleza interior el abominable Organo Kundartiguador, la vida era distinta: la Esencia no estaba (como les decía anoche a ustedes) embotellada entre el Ego, no había Ego. Los distintos centros de la máquina orgánica parecían verdaderas cajas de resonancia donde vibraban las armonías del universo; entonces era la Edad de Oro y no existía ni "lo mío" ni "lo tuyo", todo era de todos y cada cuál podía comer del árbol del vecino sin temor alguno; aquél que sabia tocar la lira estremecía a la naturaleza con sus notas. Por aquella antigua edad que algunos llaman "La Arcadia", en que se rendía culto a los Hijos de la Mañana, a los Hijos de la Aurora del Mahamanvantara, la lira de Orfeo no había caído sobre el pavimento del templo hecha pedazos; la naturaleza toda parecía un organismo que servía de vehículo a los Dioses (¡y es que era otra humanidad!); el fuego de los volcanes y el tor­mentoso océano lanzando sus olas a las playas, el canto de los ríos entre sus lechos de rocas y el vuelo de las aves gigantescas que entonces existían, se sentían en lo hondo del Ser, en la forma más profunda. Parecía, toda la Tierra, un organismo vivo (de hecho lo es, pero en ese entonces era más vivida aquella realidad para todos los seres humanos); se hablaba únicamente en la lengua de oro, todavía no habían surgido tantos y tantos idiomas, todos esos idiomas de la "Torre de Babel".
Así pues, en nombre de la verdad les digo que bien vale la pena que nosotros tratemos de volver a ese estado de inocencia primigenia.
Como les dije ayer, la Esencia en aquélla época no estaba embotellada entre el Ego. Para que la Esencia viniera a embotellarse, fue necesario que surgiera en la anatomía humana el abominable Organo Kundartiguador. En esa época (lemúrica, dijéramos) la Tierra temblaba incesantemente, no había verdadera estabili­dad en la corteza geológica del mundo. Por eso fue que los rectores de la humanidad hubieron de tomar medidas. Sabiendo ellos que el organismo humano es una maquina que recibe determinado tipo de energías que lue­go retransmite automáticamente a las capas anteriores del organismo planetario, pusieron una alteración al cuerpo orgánico. Propósito: modificar esas fuerzas de cierta manera, de modo que permitieran la estabilidad de la corteza geológica, y así dejaron libertad como para que el abominable Organo Kundartiguador, mediante ciertos estímulos, se desarrollara.
Incuestionablemente, si no hubieran habido abu­sos sexuales (simbolizados por la leyenda aquella de Adán y Eva en el "Paraíso Terrenal"), el desarrollo del abominable Organo Kundartiguador hubiera sido algo más que imposible; los abusos sexuales permitieron que tal órgano se desarrollara.
Ahora bien, en nombre de la verdad y hablando juiciosamente ante ustedes, que están dedicados a los estudios esotéricos, debo tener el valor de ser franco y decir lo que me consta, lo que he vivido, lo que he experimentado. En aquélla edad yo tuve cuerpo físico y fui un lemur como cualquier otro. Aún recuerdo, claramente, a las distintas tribus que vivían en lo que po­dríamos llamar nosotros (hoy en día) "ranchos", pero aquellos tenían más bien el aspecto de enormes chozas, con sus techos que caían hasta el piso y donde apenas si había una puerta por donde podía entrar toda una tribu. Habían también ciudades en la Lemuria (amuralladas), levantadas con lava de los volcanes. Allí vivía la gente culta, pero en los campos (como siempre) vivían gentes que no estaban dedicadas a las letras.
En la Lemuria la vida era muy distinta; se dio el caso de que existían también, allí, sacerdotes y guerreros al mismo tiempo. Yo conocí a Jahvé, el "genio del mal", un "ángel caído", como dice Saturnino de Antioquía. El tuvo cuerpo físico, era un Maestro de antiguos Mahamanvantaras. Como sacerdote oficiaba y todo el mundo le veneraba, como guerrero era magnífico: usaba siempre espada de oro, y su escudo y su yelmo y su malla, y toda su vestidura militar en general, era de oro. Se sabía que era un ángel y le veneraban. Desgra­ciadamente fue uno de los primeros que traicionó el Santuario de Vulcano. Los traidores del Santuario de Vulcano le enseñaron tantrismo negro, es decir, ritos sexuales en los que ese iniciado cometía el crimen de derramar el vaso de Hermes Trismegisto (hablo en un lenguaje, dijéramos, esotérico-especial que ustedes deberán entender, pues yo no soy muy partidario de usar la vulgaridad para las cuestiones relacionadas con el sexo, debido a que el sexo en sí mismo es sagrado).
Jahvé, indubitablemente se entusiasmó con ese tantrismo negro; trató de convencer a su esposa de que con el tal sistema de tantrismo negro (magia sexual con eyaculación del ens seminis) era el más indicado para la liberación. Su esposa no aceptó; ella también era un Elohim encarnado y prefirió separarse de él antes que aceptar el tantrismo negro.
Bien, como secuencia o corolario, Jahvé desarrolló el abominable Organo Kundartiguador. Ella (su esposa) no cayó, y todavía no ha caído. Ella es un Elohim primordial de la Aurora del Mahamanvantara.
Traigo a colación esto de Jahvé, para ilustrar el aspecto sexual del abominable Organo Kundartiguador. Obviamente, fue la traición a los Misterios de Vulcano lo que originó la caída en aquella antigua edad. Después de la división en sexos opuestos, las tribus se reunían en templos especiales y bajo la dirección de los Kumarats para procrear. El acto sexual era un sacramento, nadie se atrevía a realizar la cópula química fuera del templo. El rey y la reina de cualquier país de la Lemuria, realizaban aquellas funciones ante el ara sacra.
Viviendo en aquél Continente Mú, fui testigo de todas esas cosas; viviendo en el Continente Mú, era yo miembro de una tribu, y dormía en una gran choza con todos los de mi clan. Cerca a nosotros había lo que podríamos denominar, hoy en día, un cuartel: gentes dedicadas a la preparación para la guerra, o soldados; las ciudades estaban más lejos. Al templo asistíamos siempre normalmente, ya a los ritos, ya a recibir la instrucción esotérica de los hierofantes, más el ambiente se sobrecargaba de instante en instante con el poder luciférico y de allí todo derivó: se dio por rea­lizar la cópula química fuera del templo.
La reproducción, antes de aquél instante fatal, se realizaba por Kriya Shakti, es decir, por el poder de la Yoga y de la Voluntad; nadie cometía el crimen de derramar el vaso de Hermes Trismegisto. Cualquier zoospermo puede escaparse de las glándulas endocrinas sexuales y hacer fecunda a una matriz, más los de las tribus comenzamos a delinquir. Yo aún recuerdo, todavía, cómo una mañana nos presentamos todos en el templo, después de haber fornicado. De las profundidades del santuario un hierofante, con la espada desenvainada, nos arrojó diciendo: "¡Fuera, indignos!", y todos salimos huyendo. Este mismo hecho acaeció en todos los rincones de ese gigantesco continente que se llamaba Lemuria (era un continente que ocupaba casi todo el Océano Pacífico). Obviamente, tal evento antropológico (perteneciente más bien a la Antropogénesis) se ve descrito en las distin­tas escrituras religiosas del mundo en forma simbólica (esa es la salida de Adán y de Eva del "Paraíso Terrenal"). Fuimos arrojados por haber comido de ese fruto prohibido del que se nos dijo "no comeréis". Debido a esa anomalía surgió el abominable Organo Kundartiguador.
Como quiera que estábamos acostumbrados a los ritos religiosos del templo durante la reproducción, en el Sacramento de la Iglesia de Roma o del Amor, al fornicar la resultante fue el nacimiento (en la anatomía oculta) del abominable Organo Kundartiguador. La serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes (la Kundalini), que antes se levantara victoriosa por la médula espinal, descendió y quedó enroscada entre el Chacra Muladhara, en la forma de tres veces y media como la define perfecta­mente la "Kundalini Yoga", y el abominable Organo Kundartiguador, la serpiente descendente, la horrible Pitión de siete cabezas que Apolo indignado hirió con sus dardos, se proyectó desde el coxis hacia abajo, ha­cia los infiernos atómicos del hombre, y se convirtió en la famosa "cola" del Satán bíblico.
Se logró lo que se quería, sí; se estabilizó la corteza geológica de la Tierra. No es exagerado, pues, afirmar en forma enfática que en aquélla antigua edad llegaron los seres humanos a tener cola, como la de los changos. Las fuerzas cósmicas o planetarias, al pasar por los organismos devinieron lunares y estabilizaron las capas geológicas del mundo. Cuando eso acaeció, entonces los rectores de la humanidad resolvieron elimi­nar de la humana especie el abominable Organo Kundartiguador, y lo logran, pero hubo errores de cálculos matemáticos, se demoraron más de lo debido y el ensayo resultó perjudicial: quedaron desafortunadamente, en los cinco cilindros de la máquina orgánica (intelecto, emoción, movimiento, instinto y sexo) las consecuencias del abominable Organo Kundartiguador, quedó el Yo pluralizado, el Ego, el mí mismo, el sí mismo. Si no hubiera sido por esa equivocación de algunos individuos sagrados, hoy en día la humanidad no tendría Ego. Obviamente, quienes así se equivocaron tienen un Karma cósmico terrible que habrán de pagar en el futuro Mahamanvantara (desgraciadamente).
Claro, mucho más tarde, en el tiempo, distintos mensajeros vinieron de los mundos superiores ("Avataras"; la palabra "Avatara" significa "Mensajero") y todos ellos se pronunciaron contra el abominable Organo Kundartiguador y contra las malas consecuencias del mismo, más todo fue inútil. Allá, en el Continente Asiático, trabajó intensamente el amadísimo Ashiata Shiemans, más todo fue inútil. Buddha, Gautama Sakyamuni, trajo la enseñanza a la India y de hecho se pronunció contra el abominable Organo Kundartiguador. Desafortunadamente, a través de los siglos la enseñanza budista original se ha perdido; hoy es muy poco lo que queda de la autentica enseñanza de Nuestro Señor el Buddha. Y en cuanto a Jeshua Ben Pandira, Jesús de Nazaret, el Cristo, de hecho se pronunció contra el abominable Organo Kundartiguador. Claro, sus enseñanzas han aparecido en textos de Alquimia y otros, y quien las comprenda puede realizar en verdad toda la Gran Obra.
Incuestionablemente, los dos líderes más grandes que han habido a través del tiempo, son el Buddha y el Cristo. En cierta ocasión hube de presentarme en un monasterio budista, en el Japón. Entonces se me ocurrió hablar algo a favor del Cristo. Entre los hermanos asistentes se formó, por lo que dije, cierto escándalo. Como el templo era budista y no cristiano, se puso la queja, pues, al Maestro. Este vino a mí y me interrogó: "¿Por qué ha hablado usted a favor del Cristo, siendo éste un monasterio budista?" Respuesta: "Con profundo respeto a esta sagrada institución, he de afirmar en forma enfática que el Buddha y el Cristo se complementan"... Aguardaba yo una reacción de parte del Maestro, pero con gran asombro vi que asintió diciendo: "En verdad que el Buddha y el Cristo se complementan, así es"... Luego hizo traer un hilo y cáñamo, y me dijo: "Présteme su mano derecha" (lo hice así, claro). Con un hilo me amarró, pues, el dedo pulgar derecho y luego el dedo pulgar izquierdo, y terminó hablando en lenguaje Zen: "El Buddha y el Cristo se complementan"...
Me retiré de aquel monasterio, habiendo entendido perfectamente el Koan. En nombre de la verdad tenemos que reconocer que ese Koan es muy sabio: Buddha y Cristo están ligados dentro de nosotros, porque el dedo pulgar derecho representaría al Cristo y el iz­quierdo al Buddha (son dos factores dentro de nosotros). Buddha, Sidharta Sakyamuni, trajo la doctrina del Buddha Interior al mundo. ¿Cual es nuestro Buddha Interior? El Intimo es el Buddha (Atman-Buddhi, hablando en lenguaje rigurosamente sánscrito, teosófico); ese es el Buddha Intimo de cada cual, y Gautama nos trajo esa Doctrina del Intimo. Por eso está escrito en el testamento de la sabiduría antigua: "Antes que la falsa aurora amaneciera sobre la Tierra, aquellos que sobrevivieron al huracán y a la tormenta alabaron al Intimo y a ellos se les aparecieron los Heraldos de la Aurora"... Ese Intimo es el Buddha Interior de cada cual. ¿Que no lo tengan encarnado los humanoides? ¡Es cierto! ¿Que está en la Vía Láctea? De acuerdo, pero a cada cual le corresponde (allá arriba, en la galaxia) un Buddha Intimo.
En cuanto al Cristo, cambia la cuestión. Jesús de Nazaret, el Gran Kabir, el Gran Iniciado Gnóstico, uno de los miembros más exaltados de la Orden de los Esenios, y que viviera hace muchos siglos allí, a las orillas del Mar Muerto, trajo la doctrina del Cristo Intimo.
El error de las gentes modernas consiste en creer que el Cristo era exclusivamente aquél gran Maestro, Jeshua Ben Pandira (ese es su nombre local, pero eso es local). El Cristo es una fuerza cósmica, es el Segundo Logos, es la unidad múltiple perfecta, es una fuerza como la electricidad, una fuerza como la de la gravitación universal, una fuerza como la del fuego, la del agua, del aire, etc. Es una fuerza, esa fuerza es el Cristo, que se expresa a través de cualquier hombre o mujer (las mujeres también tienen el mismo derecho) que estén debidamente preparados, y eso es todo.
Si el Cristo es cierto que se expresó y se sigue expresando a través del Gran Kabir Jesús, no es menos cierto que se expresó a través de Nuestro Señor Quetzalcóatl (y bien vale la pena leer la vida, pasión, muerte y resurrección del Bendito Quetzalcóatl). Si bien es cierto que resplandeció, pues, en Quetzalcóatl, también no es menos cierto que un día brilló en el rostro de Moisés, en el Monte Nebo, y no es menos cierto que se expresó en la India con el nombre de Krishna, pues el Cristo Cósmico, donde quiera que halla un hombre que esté preparado, allí él se expresa.
El Cristo no es un individuo, no es una persona, no es un "Yo"; Cristo es una fuerza cósmica que está latente en todo átomo del universo, es el fuego universal de vida (esto hay que entenderlo), es el fuego.
Yo estuve en la aurora del Mahamanvantara y fui testigo del amanecer de la vida. Cuando el Ejército de la Palabra comenzó a hacer fecunda la materia caótica para que surgiera la vida, yo vi al Gran Cristo Cósmi­co, vi su humana figura, lo vi entrar al templo y firmar un pacto, lo vi crucificarse en su cruz para sal­var a hombres y Dioses.
Cristo, pues, es el fuego universal de vida. Mucho se podría decir sobre el Cristo y yo les diré a ustedes lo siguiente: el Cristo se define con cuatro le­tras que están sobre la cruz del mártir de El Calvario: INRI (Ignis Natura Renovatur Integram: el fuego renueva incesantemente la naturaleza).
El fuego está crucificado aquí, en la Tierra. Si golpeamos una piedra con otra, salta fuego. ¿Donde es­tá el filón, de donde saltó? Sobre la misma piedra se esconde el fuego pétreo, entre el agua el fuego liqui­do, dentro del aire el fuego gaseoso. Así pues, el fuego está en todo lo que es, ha sido y será; el fuego no tiene principio ni fin. Si nosotros rastrillamos un cerillo, un fósforo, veremos con asombro que brota la llama. Se dirá que la llama (esa, que brota del cerillo) es el producto de la combustión, pero tal concepto es falso. Nosotros aseveramos que la combustión existe debido al fuego, que sin el fuego no podría haber combustión. El fuego estaba encerrado allí, dentro de la materia esa del fósforo; con el frotamiento, lo que se ha logrado es liberar la llama para que se encendiera el fósforo plenamente. El fuego hace que la mano pueda moverse para rastrillar el cerillo; sin fuego, sin vida, esa mano no se mueve; el fuego está la­tente allí, si no, no aparecería, porque de la nada, nada sale. El fuego conserva, en sus procesos, a todos los organismos existentes: a todas las especies humanas, a todas las especies animales, y a todo lo que es, a todo lo que ha sido y a todo lo que será.
El fuego, en sí mismo, es sagrado. ¿Quién conoce la naturaleza del fuego? Nadie, ¿verdad? La misma vida existe por el fuego; hasta la Esencia misma es fuego vi­vo. Cuando esa Esencia (que es fuego) viene a la existencia, la criatura se forma y nace; cuando el fuego (la Esencia) abandona al cuerpo físico, el cuerpo muere. Así pues, venimos al mundo por el fuego y nos vamos cuando el fuego nos abandona.
Ahora bien, lo que a nosotros los gnósticos nos interesa no es tanto el fuego físico, sino el fuego del fuego, la llama de la llama, la signatura astral del fuego. Esta, en sí misma, es el Cristo Intimo; sólo él pue­de (desde adentro) salvarnos y acabar de destruir los elementos indeseables que llevamos en nuestro interior.
Ahora van viendo ustedes cómo el Cristo y el Bud­dha se complementan dentro de nosotros mismos. Más hay algunos que creen que Gautama el Buddha Sakyamuni es más elevado que Jesús de Nazaret, el Cristo, y otros piensan que el Cristo es superior al Buddha. Cada cual es libre de pensar como quiera; yo sitúo a los ocultistas y esoteristas dentro del terreno vivo del estudio esotérico. Bien sabemos nosotros que Atman-Buddhi es el Buddha Intimo, el Buddha. Así está escrito en los libros sánscritos.
Ahora bien, sabemos que el Cristo es el Segundo Logos (el primer Logos es Brahma, el Padre; el segundo es el Hijo, Vishnú; el tercero Shiva, el Espíritu Santo). De manera que ese Cristo Intimo (es claro), dentro de la escala del Ser, o dentro de los niveles de nuestro Ser superlativo y trascendental, está mucho más allá del Buddha, pero se complementan.
Cuando el Logos Solar quiere venir dentro del cuerpo de un hombre, obviamente debe descender desde su elevada esfera, penetrar en el vientre materno de la Divina Madre Kundalini (la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes, la Virgen del Mar, Stella Maris, la signatura astral del esperma, como se dice en Alquimia). Ella es virgen antes del parto y después del parto; de ella nace el Logos ya humanizado.
¡Vean ustedes ese milagro: cómo de ella sale el fuego in abstracto y se humaniza; cómo por ultimo entra en el iniciado con la Iniciación de Tiphereth, que es la Iniciación Venusta! El crece y se desarrolla dentro de nosotros; nace entre los animales del deseo porque el iniciado todavía no ha alcanzado a eliminar sus Yoes.
El debe, pues, desarrollarse dentro de nosotros. En principio el iniciado no siente cambio alguno, pero a través del tiempo va sintiendo el cambio. El Cristo In­timo nace débil, pequeño, más debe crecer, hacerse hombre. Conforme él va eliminando los elementos indeseables que en nuestro interior cargamos, va creciendo.
Vean ustedes cómo no siendo él un pecador, se convierte en algo así cómo un pecador (sin serlo), pues se hace de hecho responsable de todas nuestras actividades mentales, sexuales, emocionales, volitivas, etc., etc., etc. Vive como un hombre entre los hombres, aunque los hombres no le conozcan; habiendo vencido, tiene que volver a vencer; él debe vivir en el corazón del hombre todo el Drama Cósmico, tal como está escrito en los Cuatro Evangelios. Los tres traidores le llevan a la muer­te, las multitudes de Yoes que en nuestro interior cargamos son las que gritan "¡crucifixia, crucifixia, crucifixia!" Judas, el demonio del deseo, es el que cambia al Cristo Intimo por todos los placeres del mun­do (las famosas treinta monedas de plata); Pilato, el demonio de la mente que a todas horas se vive lavando las manos, que "nunca tiene la culpa de nada", que siempre encuentra evasivas y justificaciones, le traiciona, le hace azotar en pleno Concilio, donde le colocan corona de espina en sus sienes y le flagelan con cinco mil y más azotes, y Caifás, el demonio de la mala voluntad, que vende los sacramentos, prostituye el altar, fornica con las devotas, etc., también traiciona al Cristo Intimo. Todo esto se verifica allá adentro, en los mundos internos de cualquier hombre que esté debidamente preparado.
Al fin, el Señor debe subir al Gólgota del supre­mo sacrificio en el Mundo Causal, en el Mundo de las Causas Naturales. Luego baja al sepulcro, y con su muer­te él mata a la muerte. Como resucita en nosotros, nosotros resucitamos en él y nos hacemos inmortales; nos convertimos de hecho en Maestros glorificados, nos conver­timos en Maestros de la talla de un Moria, o de un Kout Humi, o de un Serapis, o de un Hermes Trismegisto, o de un Jesucristo.
Así que, la cruda realidad de los hechos es que el Señor vive en el interior profundo de cada uno de nosotros, como vive también el Buddha. Y si Gautama trajo el mensaje del Buddha, del Buddha Intimo, el Gran Kabir Jesús trajo el mensaje del Cristo Cósmico y ambos se com­plementan (así fue reconocido en una cátedra budista, en el Japón).
Así pues, bien vale la pena que reflexionemos en esto, que profundicemos y ahondemos en todas estas cuestiones.
¿Que hay dos clases de Buddhas? ¡Lo sabemos! Existen los Buddhas Transitorios y los Buddhas Permanentes. "Buddha Transitorio" es aquél que no ha logrado encar­nar en sí mismo al Cristo Intimo; "Buddha Permanente" o "Buddha de Contemplación", es aquél que ya se cristificó, que ya recibió en su naturaleza interior al Cristo Intimo.
"Buddha Maitreya", pues, es el Buddha que encarnó al Cristo Intimo (así se debe entender). Buddha Maitre­ya no es una persona, Buddha Maitreya es un titulo, es un grado, e indica cualquier Buddha que se haya cristificado.
Hace mucho tiempo, muchísimo tiempo, me tocó vi­vir en la China, durante la segunda subraza de la gran Raza Aria. Entonces me llamé Chou Li, e ingresé en la "Orden del Dragón Amarillo". Allí aprendí los siete se­cretos indecibles, conocí las "siete joyas del gran dragón"; allí nos dedicábamos especialmente a la meditación de fondo. Un hermano chino hacia vibrar un aparato musical maravilloso que daba las cuarenta y nueve notas; la síntesis de aquél extraño aparato era el Sonido Nirioosnisiano del universo. Cuando vibraba la primera nota, nosotros tratábamos de tener la mente quieta y en silencio. Al dar la segunda nota, pasábamos al segundo nivel del subconsciente. También nos enfrentábamos a los Yoes con el propósito de recriminarlos y de obligarlos a guardar silencio, más si la mente no lograba aquietarse, recriminábamos más fuertemente al Ego... Cuando sonaba la tercera nota, ahondábamos un poco más, nos dirigíamos a la tercera zona del subconsciente para pelear con los Yoes, para obligarles a guardar silencio, y así, con cada nota de aquél misterioso aparato (el Aya Atafán) nos sumergíamos en cada uno de los cuarenta y nueve niveles del subconsciente, peleándonos con los diversos agregados psíquicos que llevábamos en nuestro interior. En conclu­sión, el que llegaba a la nota cuarenta y nueve y había trabajado correctamente, lograba una quietud absoluta de la mente, en los cuarenta y nueve niveles del subconsciente. Entonces la Esen­cia, el Buddhata, momentáneamente se escapaba de entre el Ego para precipitarse en el Vacío Iluminador. Experimentábamos, en esa forma, la verdad, lo real.
Mi amigo Li Chang se distinguió, por aquella edad, en la ciencia profunda de la meditación. El, Li Chang, ya no vive sobre la faz de la Tierra: mora en un Plane­ta del Cristo, en el planeta de un lejano universo de esta galaxia. Allí vive (de instante en instante) dentro del éxtasis, y es feliz. Más fue que este Li Chang alcanzó a recibir el Tao. Pero, ¿qué es el "Tao"? El Tao es el Ser, el Tao es el INRI, el Tao es el Cristo Intimo. Li Chang pues, recibió el Tao.
En el esoterismo Budista Zen, no se usa la dia­léctica meramente razonativa, se usa la Dialéctica de la Conciencia, que es diferente. Por ejemplo, un monje se dirige a su Maestro y le interroga así: "¿Por qué el Bodidharma vino del Occidente?" Respuesta inmediata, instantánea: "El ciprés está en el centro del jardín"... "No coincide la respuesta con la pregunta" diríamos, acostumbrados como estamos a la Dialéctica Razonativa, o la Dialéctica Formal, pero eso corresponde (tal respuesta) a la Dialéctica de la Conciencia: "No importa de donde haya venido el Bodidharma, la verdad está en todas partes".
En otra ocasión, el Abad, el Maestro de un monasterio, dice a los discípulos: "Preguntad lo que tengáis que preguntar". Un discípulo dice: "Quiero preguntar al­go", pero antes de que pueda preguntar, el Maestro con su Cayado le da un golpe en la boca (no es muy agradable cuando a uno le dan un golpe, ¿verdad?, pero esa es la forma de actuar en el Zen y en el Chang Budista); la pregunta que iba a hacer, no estaba correcta.
Si un día llega un Maestro y se presenta en la sa­la de la meditación, los discípulos se prosternan ante él, le rinden mucho culto, le rinden honores, y el Maes­tro habla: "¿Por qué tan tarde todo esto?" Los discípulos dicen una tontería cualquiera, sin fundamento, y el Maestro les despide: "¡Tontos, necios, fuera de aquí, largo, no sirven!" Aquí, si uno le dice una palabrita du­ra a los hermanitos, reacciona terriblemente el Yo psicológico. Eso no tiene sentido, en verdad. Ustedes tienen que aprender lo que es la cruz de la disciplina esotérica. En el Zen, eso es una cruz, pero la disciplina que existe en el Zen va al fondo, va al Buddha Intimo de cada cual. Por ejemplo, un estudiante anheloso de saber algo, anheloso de llegar al Satori, de llegar a experimentar alguna vez el Vacío Iluminador, le habla al Maestro dentro del Templo: "Maestro, ¿qué es el Vacío iluminador?" La respuesta fue que el Maestro le dio una patada terrible (en el estómago, nada menos). El pobre hombre cayó al suelo, ahí, como privado, pero experimentó el Vacío Iluminador. Cuando se levantó, en vez de estar perdiendo el tiempo reaccionando, abrazó al Maestro y le dijo lleno de alegría: "¡Al fin he experimentado el Vacío Iluminador!" Afortunadamente el Maestro no le completó la tarea con una bofetada, porque cuando obtienen el Satori, cuando un discípulo ha experimentado el Satori y se presenta todo lleno de alegría (todavía en el estado aquél de éxtasis) ante el Maestro, el Maes­tro lo saca de ese estado con una bofetada, en verdad, porque si no (dicen) le viene pues la "enfermedad del Satori", es decir, se queda como mal para el resto de su vida, y para que no se quede así con una bofetada lo re­gresan.
Observen ustedes que el Budismo Zen va directamente allá, a la Esencia, a la Conciencia, al Buddha Intimo de cada cual, y eso en el fondo resulta trascendental.
¿Cómo poder explicarles esta cuestión de la Dialéctica de la Conciencia?, ¿en qué forma? Bueno, observen ustedes a un polluelo cuando está dentro del cascarón. Cuando ya está listo para salir, por lo común la galli­na le ayuda. Ella le asiste con su pico; ella le da unos picotazos al cascarón y esto ayuda al polluelo. Así también, cuando uno está maduro para el Satori, el Maestro lo ayuda (aunque sea con una patada, claro está). Esto parecería muy duro, pero constituye la realidad del Zen, esa es la ayuda que se le da al "polluelo" que está listo para salir del cascarón.
En todo caso, ese lenguaje único del Zen y del Chang va directo allá, a la Conciencia, y eso es lo trascendental, esa es su dialéctica, pero no la Dialéctica Formal (no es ese tipo de dialéctica), sino la Dialécti­ca de la Conciencia (eso es claro).
Nosotros tenemos que aprender a mirar dentro de sí mismos, necesitamos aprender a ver dentro de nuestra na­turaleza interior. Cuando lo hayamos logrado, nos convertiremos en Buddhas.
¿Y cómo aprender a ver en nuestra naturaleza inte­rior, de qué manera? Pues, primero que todo, desarrollando la capacidad de la autoobservación psicológica. Como les decía anoche, a medida que uno se vaya autoobservando psicológicamente, va viendo sus Yoes, sus agregados psíquicos inhumanos, y luego los puede ir eliminando, desintegrando, pulverizando con la ayuda de Devi Kundalini Shakti, porque sin la serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes no es posible desintegrar los Yoes.
Así pues, aprender a ver dentro de nuestra naturaleza interior es necesario para convertirnos en Buddhas, eso es obvio (estamos hablando de algo que es trascendental e importante).
Ahora bien, en otra ocasión un Maestro Zen había sido invitado para que diera un sermón en la pagoda bu­dista. Todos los monjes aguardaban, y al fin llegó el Maestro, los miró a todos, dio la espalda y sé retiró a su celda. Los monjes, que eran los más interesados en la plática y que habían hecho la invitación a toda la hermandad, fueron a reclamarle. La respuesta del Maestro fue: "Un experto en los Sastras puede enseñarles Sastras y un experto en cualquier otra escritura religiosa puede que les enseñe, pero yo soy un Maestro Zen". Esa fue su única respuesta, y lo ha dicho todo, pero us­tedes no entienden ese lenguaje; ustedes están acostumbrados a la lógica formal o Lógica Dialéctica, y éste es un lenguaje diferente.
¿Qué había querido decirles ese Maestro Zen?, ¿qué fue lo que dijo? Les dijo: "¡Señores, aprendan a escu­charse a sí mismos, busquen al Intimo, búsquense a sí mismos, dentro de ustedes está todo!" Eso fue lo que quiso decir. Yo estoy dando la explicación aquí porque ustedes están acostumbrados a la lógica formal; si estuviera en el Japón, estaría cualquier Maestro jalándome las orejas fuertemente, estaría soportando un regañito y un jalón de orejas. ¿Por qué? Porque estaría castrando la enseñanza; eso se llama "castrar la enseñanza" y es necesario que esto se capture o aprehenda con la Dialéctica de la Conciencia.
Continuando adelante, pues, con esta cuestión, vemos que no es posible llegar al grado de Buddha si uno no ha eliminado en sí mismo los elementos indeseables. El Buddha Transitorio todavía está en la lucha, no ha disuelto el Ego; es un Buddha con residuos del Ego, mientras que el Buddha Permanente es aquél que ya se cristificó.
Así pues, Buddha y Cristo están íntimamente relacionados, son dos factores dentro de nosotros mismos. En un porvenir tendré que ir al Asia a cumplir una gran misión: tendré que enseñarle a la humanidad la necesidad de fusionar las enseñanzas budistas y crísticas, por­que el porvenir religioso de la humanidad estará en la mezcla de lo mejor del esoterismo budista con lo me­jor del esoterismo crístico. Al fin y al cabo la Gnosis es esoterismo crístico y budista integrados; por eso es que el Movimiento Gnóstico está llamado a hacer una revolución crucial.
Desde luego, lo que necesitamos es liberarnos, acabar con esas malas consecuencias del abominable Organo Kundartiguador.
Es obvio que no podría existir un Buddha si antes no ha creado los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, y para crearlos se necesita ser alquimista. Es in­concebible un Buddha que no posea los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser (¡sería absurdo!). Pero, ¿cómo se crean esos cuerpos, de qué manera? Conviene, en pri­mer lugar, que ustedes pongan la debida atención a esta doctrina, porque esta enseñanza es preciosa. Necesitamos, pues, conocer los misterios de la Gran Obra, necesitamos saber cómo se prepara el mercurio de la filosofía secreta; eso se hace impostergable.
¿Qué es un mercurio? ¿Lo saben? ¿Por qué se le dice al Iniciado que "tiene que ponerse las Botas de Mercurio"? Aclarando, les diré a ustedes que el mercurio es el alma metálica del esperma, que el mercurio, en sí mismo, es sacratísimo. Pero, ¿cómo se elabora el mercurio? Bueno, eso fue lo que callaron todos los alquimistas del medievo, ese es el secreto indecible. ¿Es urgente elaborarlo? Sí, y aquí les voy a dar la clave. Obviamente, la clave está precisamente en el Arcano A.Z.F. Allí es donde está la clave; en estas tres letras: A.Z.F., está la clave, la clave del Gran Arcano. La "A" (Aqua, Agua), se refiere a esa Agua Metálica, al "Nú­mero Radical Metálico", al Exiohehari, es decir, a las secreciones glandulares sexuales, al esperma sagrado. La "F" es el fuego, el Fohat, porque sin fuego nunca se podría elaborar el "A", el agua pura de vida, el mercurio de la Gran Obra.
El Agua, en si misma, es el mercurio, el "Número Radical Metálico" que hay que aprender a sublimar. Más primero es necesario conocer el secreto, para saber cómo se fabrican los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser.
Incuestionablemente, el secreto está en un artificio que es muy sencillo, muy simple, pero grandioso. El secreto vivo para la preparación del mercurio, es llamado "secretum secretorum" (hablando en un lenguaje latino). No usaré términos vulgares para el tema; diré, justamente, que hay necesidad de la conexión del Lingam-Yoni durante el matrimonio perfecto, y que jamás en la vida se debe derramar el vaso de Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot (ustedes sabrán comprenderme).
Evitando, pues, el orgasmo de la Fisiología, se consigue la preparación del mercurio. Ese mercurio es el alma metálica del mismo esperma (el alma metálica, repito).
Hay tres mercurios, y los voy a enunciar y a ilustrar con dibujos... Bueno, a este lo llamaríamos "primer mercurio", que es el azogue en bruto del esperma; a éste le llamaríamos "segundo mercurio", que es ya el alma metálica del esperma, y a éste le llamaríamos nosotros "tercer mercurio", o sea, mercurio + azufre. En conclusión, el mercurio es el alma metálica del esperma, y el azufre es el fuego sagrado. Faltaría algo más. En la fisiología orgánica tenemos que existe también la sal, que debe sublimarse a través de todas las operaciones tántricas dentro del laboratorio.
Es necesario que estudiemos, un poquito, toda esta cuestión. Incuestionablemente, al transmutarse el esperma sagrado en energía creadora, esta sube por un par de cordones simpáticos (que existen en nuestra anatomía orgánica) hasta el cerebro. Son las corrientes energéticas sexuales las que han de subir por los cordones ganglionares, exactamente hasta la masa cerebral. Ese es el mercurio, más nosotros sabemos que tales corrientes energéticas sexuales deben polarizarse en positivas y negativas, en solares y lunares. Ya polarizadas, hacen contacto en el Tribeni, cerca del coxis, y entonces aparece el fuego sagrado que sube por la espina dorsal en forma de azufre. Ese fuego, unido con las corrientes solares y lunares del mercurio, asciende por la espina dorsal, a lo largo del Canal de Sushumna (o canal medular) hasta el cerebro, y a medida que asciende abre los centros espirituales que nos son propios. El excedente de este tercer mercurio, incuestionablemente, viene a cristalizar en los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser. Así nos convertimos en Buddhas.
Pero vamos a concretarnos ahora al tercer mercurio. En este tercer mercurio existe el azufre y la sal.
¿Qué es la Nebulosa en el espacio infinito? Es una mezcla de sal, de azufre y de mercurio. Cualquier metal de la Tierra, si lo disolvemos, queda reducido a sal, azufre y mercurio. Todo lo que existe en la creación se debe a la sal, al azufre y al mercurio; eso es obvio.
Así pues, en una Nebulosa hay sal, azufre y mercurio. La Nebulosa es el "Arché" de los griegos; de ahí salen los mundos que luego ruedan alrededor de sus centros gravitacionales. Y si allá, en el espacio estrellado, se necesita un Arché sobre el universo, para que de allí broten los mundos a la existencia, aquí abajo es lo mismo; aquí se necesita crear (dentro de nues­tro organismo) un Arché, una Nebulosa muy especial con sal, azufre y mercurio. Esas substancias las vamos a sacar, precisamente, de nuestras glándulas endocrinas sexuales, y al fin, de ese Arché de aquí abajo, del microcosmos hombre, nacen los Cuerpos Existenciales Su­periores del Ser.
Normalmente, las notas Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, vi­bran en el sexo, pero si las pasamos a una octava superior, el Arché viene a cristalizar en el Cuerpo Astral. En otra octava superior el Arché cristaliza en el Cuerpo Mental, y en otra octava aún más superior, en el Cuerpo de la Voluntad Consciente. Es así, repito, como nos convertimos en Buddhas.
Bueno, hasta aquí mi plática de esta noche. Si alguien quiere hacer preguntas, tiene la más absoluta libertad.

P.- Maestro: simular que se poseen virtudes, ¿qué consecuencias puede traer?
R.- ¿Simular virtudes? Eso de simular virtudes las consecuencias que nos trae son las que tu ves en los hipócritas fariseos, que bendicen los alimentos a tiempo de sentarse en la mesa, que lo de fuera del plato y del vaso limpian, pero que por dentro están llenos de podredumbre y de huesos de muertos. Esos se sienten puros y santos, aunque por dentro estén podridos; se creen virtuosos, cuando en realidad de verdad nada tienen de virtudes; lo único que poseen son piedras falsas, y eso es todo. Es decir, de la simulación de las virtudes nace con mucha fuerza el Yo fariseo.
¿Alguna otra pregunta? Vamos a seguir haciendo las preguntas, todos tienen que preguntar. A ver, hable hermano.

P.- Cuando uno logra ver algún Yo, por ejemplo el Yo de la lujuria, pero siente temor de enfrentarse a él, ¿que puede entonces hacer?
R.- Pues entonces tiene uno que acabar con el Yo del temor. Cuando uno siente miedo por algo, ese miedo, ese temor hay que disolverlo, porque es otro Yo. Hay gen­tes que tienen temor a salir fuera del cuerpo físico a voluntad. ¿Qué les pasa? El Yo del temor no las deja. ¿Cómo hacer para que se les quite ese temor? Pues acabando con el Yo del temor. A medida que uno vaya trabajando sobre sí mismo, a medida que vaya autoobservando determinados elementos, lo van informando. Uno va percibiendo los Yoes porque el sentido de la autoobservación psicológica se le va desenvolviendo, pero si uno teme, hay que disolver el Yo del temor. ¿Alguna otra pregunta?

P.- ¿Se puede considerar la Gnosis como una religión?
R.- La Gnosis es la llama de donde salen todas las religiones. En el fondo, es religión. La palabra "religión" viene de "religare": volver a ligar al Alma con Dios; pero la Gnosis es la llama purísima de donde salen todas las religiones. Gnosis es conocimiento, Gnosis es sabiduría. Así es como se debe entender. ¿Alguna otra pregunta?

P.- Maestro: el Ego que posee cada uno de nosotros, ¿lo traemos desde que venimos al mundo? Digo esto porque he visto que desde niños nos gusta ser egocéntricos.
R.- Incuestionablemente, traemos al venir al mundo, mu­chos Yoes, pero nacen nuevos; unos mueren y otros nacen. Entre nosotros, constantemente, están naciendo nuevos Yoes y muriendo otros. Muchas veces una tempestad, una lluvia, un Sol muy fuerte, producen en uno una contrariedad, suficiente para que nazca un Yo. Esa es la cruda realidad de los hechos, tenemos en el fon­do de nosotros, Yoes que ni remotamente sospechamos que tenemos. ¿Cómo podría aceptar, por ejemplo una persona honrada que nunca ha robado a nadie un centavo, que en el fondo pueda tener Yoes ladrones? ¿Cómo podría una persona que jamás ha asesinado a nadie, que nunca ha sido capaz de levantar un dedo contra nadie, admitir que en el fondo pueda tener unos cuantos Yoes homicidas? ¿Cómo podría aceptar una mujer virtuosa, buena esposa, magnífica ciudadana, de la que nadie puede decir nada sobre su conducta, sobre su rectitud, que en el fondo pueda tener un grupo de Yoes de prostitución? Sin embargo, así es. Es lamentable tener que decirles a ustedes que lo que tenemos en el fondo de cada uno de nosotros, son profundas tinieblas, que estamos viviendo nosotros como míseros robots, en el estado de inconsciencia más espantosa del universo.

P.- Maestro: ya que estamos limitados por el Ego y la personalidad, ¿podría usted darnos una clave mediante la que podamos saber, por nosotros mismos, cual es el verdadero camino?
R.- Precisamente, ya sobre eso hablamos, ya hemos habla­do sobre eso. Ya les he dicho que existe un orden en el trabajo y que ese orden lo establece, precisamente, nuestro Ser Interior profundo. Nosotros empezamos a autoobservarnos y vamos autodescubriéndonos, y vamos luchando por la disolución de los Yoes que vamos descubriendo, pero a medida que va pasando el tiempo nos vamos dando cuenta que todos los Yoes que vamos descubriendo forman parte de un programa y que es el Ser el que establece ese programa dentro de nosotros mismos, que es él quien pone ese orden, y al fin al cabo, él se programa todo el trabajo en una forma extraordinaria, y cuando nosotros venimos a evidenciarlo, se forma en nuestra mente eso que podríamos llamar Memoria Trabajo. Aquél que ha disuelto el Yo totalmente, podría perfectamente escribir un libro (con capítulos ordenados) sobre cada una de las partes del trabajo. De manera que, esto es bastante interesante: la Memoria Trabajo que se forma a medida que trabajamos sobre sí mismos. ¿Alguna otra pregunta?

P.- ¿Cuál es el alimento de la voluntad?
R.- ¿A cuales "voluntades" te refieres, porque tenemos muchas voluntades. Resulta que cada Yo tiene su propia "voluntad", cada Yo es una persona completa que tiene los tres cerebros: el intelectual, el emocional y el motor-instintivo-sexual. Cada Yo tiene su propia mente, sus propios criterios, sus propias ideas, sus propias emociones, su propia "voluntad". Y si cada Yo tiene su propia "voluntad", entonces las "voluntades" chocan entre sí con conflictos íntimos, terribles, dentro de nosotros mismos. Para llegar a poseer esa autentica voluntad, aquí y ahora, solamente habría que destruir el Ego. El día en que tu Esencia se libere de verdad, tendrás una Conciencia liberada con una voluntad soberana para mandar al fuego, a los aires, a las aguas y a la tierra. Moisés, precisamente, podía mandar a los elementos de la naturaleza porque había destruido el Ego, había liberado su voluntad, una voluntad soberana como para desatar las plagas sobre la tierra de Egipto y liberar a su pueblo. Pero mientras un hombre no haya liberado su voluntad, no ha tomado posesión de sí mismo. La autentica voluntad surge en nosotros cuando el Ego ha muerto. ¿Alguna otra pregun­ta?

P.- Maestro: ¿en qué estado debe encontrarse una persona que desee autoanalizarse psicológicamente?
R.- Pues en el estado, precisamente, de la autoobservación, que es el caso de la persona que ya admite que tiene una psicología particular. Las gentes, normalmente, no lo admiten. Admiten que tienen un cuerpo físico porque lo saben con su Mente Sensual, pero no admiten que tienen una psicología, y por lo tanto no se autoobservan. Cuando alguien admite que tiene una psicología particular, comienza de hecho a autoobservarse y entonces el estado en que se encuentra es el de alerta percepción, de alerta novedad, pues si no se hallase en ese estado no se autoobservaría jamás. ¿Alguna otra pregunta?

P.- ¿En el camino esotérico podríamos recibir alguna otra ayuda, además de la que nos proporciona el Real Ser Interior?
R.- ¡Sí, así es! La Madre Divina Kundalini te ayudará a desintegrar errores. Además de la Madre Divina particular, individual, el Padre que está en secreto te orientará en el trabajo, y cada una de las otras partes del Ser hará algo por ti. Tu Minerva propia, particular, esa Minerva individual, esa parte del Ser que cultiva la sapiencia, te dará la sabiduría que necesitas si perseveras.

P.- Maestro: cuando al Cristo se le preguntó "¿qué es la verdad?, dio la espalda y se retiró, pero también di­jo que él era "el camino, la verdad y la vida". ¿Hay alguna contradicción en eso?
R.- Indudablemente, en primer lugar, Cristo no dio la espalda; guardó silencio ante Pilato. El que dio la espalda fue el Buddha, Sakyamuni. Cuando Jesús el Cristo dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida", no es una persona la que lo dice, es el Cristo Intimo. Incuestionablemente, aquel que trabaja de verdad sobre sí mismo y avanza en ese sentido, algún día de esos tantos es ayudado por el Cristo Intimo. El Cristo, en sí mismo, es la verdad, es el camino, pero el Cristo no es un individuo humano o divino, Cristo es una fuerza como la de la gravedad, como la de la electricidad, como la de la cohesión universal. Cristo viene desde adentro, no desde afuera. Aquellos que aguardan la se­gunda venida del Cristo desde afuera, pues están equivocados. Cristo vendrá desde adentro, desde el Espíritu, desde la Conciencia, desde el fondo de nuestra Alma. Cuando nosotros lo encarnamos, él entra entonces en nuestro templo (que es el cuerpo) para ayudarnos en el trabajo. El entonces se hará cargo de nuestros procesos mentales, volitivos, sexuales, etc., etc., etc. El se hará hombre entre los hombres y luchará para desintegrar todos los elementos indeseables que cargamos en nuestro interior, y luchará como si fueran parte de sí mismo; es decir, no siendo un pecador se hará pecador, no siendo un hombre que viva en tinieblas parecerá como si lo fuera; se volverá persona de car­ne y hueso para poder liberarnos. Al fin, un día de esos tantos, tendrá que subir al Gólgota del supremo sacrificio, dar la vida para que otros vivan. Por ul­timo lo que hace el Cristo en el corazón del hombre es morir, porque con su muerte mata a la muerte, y luego resucita dentro del mismo hombre y el hombre dentro de él, y viene la glorificación. Pero nadie podría recibir al Cristo Intimo si no trabaja sobre sí mismo, y aunque Cristo nazca mil veces en Belén, de nada sirve eso si no nace en nuestro corazón también, y aunque Cristo haya subido allá al Gólgota de la Tie­rra Santa, de nada serviría eso si no sube en nuestro Gólgota también, y si no muere y resucita en cada uno de nosotros.
La Resurrección hay que conseguirla ahora, en carne y hueso, a lo vivo, aquí mismo. Quienes piensan que la Resurrección es para un remoto futuro, se equivo­can; quienes piensan que la Resurrección es para todos los seres humanos, están muy fuera de la verdad. La Resurrección no es para todos, y se consigue aquí y ahora si en verdad nos proponemos morir en sí mismos.
El Cristo viene desde adentro, repito, y surge cuando estamos bastante avanzados en este trabajo tan difícil. ¿Alguna otra pregunta?

P.- Maestro: se ha hablado mucho sobre la venida del anticristo, pero en verdad, ¿qué es el anticristo?
R.- El anticristo está aquí mismo, vive entre nosotros, y está haciendo una campaña gigantesca en todos los países del mundo: habla a través de millones de gentes, inventa cohetes que llegan a la Luna, aviones ultrasónicos, medicinas que hacen portentos, etc., etc., etc. El anticristo es, precisamente, lo contrario del Cristo Intimo, es el Ego animal, y avanza victorioso con su mente chispeante y terrible. Todo el mundo se hinca ante el anticristo y dicen: "¡No hay como el anticristo!" El anticristo de la falsa ciencia hace prodigios y todo el mundo se hinca reverente ante él. Millones de personas dicen: "¿Quién como el anticris­to?, ¿quién es capaz de hacer lo que él hace?" Los científicos del anticristo odian al Eterno. ¿Alguna otra pregunta?

P.- ¿Cómo podrían hacer los pobres para conciliar las dos polaridades, es decir, la cuestión económica y la cuestión Conciencia?
R.- Pues esta cuestión del trabajo psicológico es completamente diferente. Conviene saber instruir para que el pobre pueda liberarse. Si observamos, por ejemplo, al pobre, veremos que indudablemente está viviendo en un estado infrahumano. Hace algún tiempo, observaba yo a un grupo de "paracaidistas", allá, en el Distrito Federal. Vivían ellos cerca de mi casa, se habían posesionado de un terreno ajeno. Bueno, me propuse observarlos desde la azotea: llevaban una vida infrahumana, vivían ebrios. En esa Colonia donde yo vivo, rara vez se veían las patrullas de policía, pero desde que los "paracaidistas" aquellos invadieron, las patrullas van y vienen por ahí. Nunca se veían casos de sangre y ahora ya se vieron. Vivían siempre peleándose entre sí, tratándose muy mal los unos a los otros, en lugar de compartir su propio dolor, en lugar de tratarse como hermanos. Entonces fue cuando pensé lo siguiente: si uno de estos hombres cambiara de Nivel del Ser, qué distinto sería. Pero, para que él diera un paso adelante en el Nivel del Ser, incuestionablemente, tendría que recibir la información, que alguien tuviera la amabilidad de descender hasta ellos y les explica­ra en qué forma podrían cambiar de Nivel del Ser, en qué forma podrían pasar a un Nivel del Ser más eleva­do. Un hombre podría pasar a un Nivel del Ser más elevado si ya consciente de este trabajo, se propusiera eliminar sus defectos inhumanos, eliminar sus errores psicológicos. Más, incuestionablemente, al empezar a eliminarlos quedaría fuera de onda con respecto a aquellos con quienes convive, pero por Ley de Afinidades se pondría en contacto con gentes de otro Nivel del Ser diferente, entraría en relación con otra clase de seres humanos, y ellos le brindarían otras oportunidades y entonces abandonaría la "cochera" y pasaría a vivir mejor. Así el pobre, cambiando de Nivel del Ser, puede dejar de ser miserable y entrar en una situación económica mejor. Esto demanda años de trabajo sobre sí mismo, pero lo que se necesita es laborar entre todas esas gentes que están en desgracia. ¿Alguna otra pregunta?

P.- Aparte de las necesidades económicas de esas perso­nas, existe también la ignorancia, y para que puedan adquirir los conocimientos gnósticos se necesitaría de parte del misionero una gran paciencia, ¿no es así?
R.- ¡Así es! Se necesitaría mucha paciencia, y quisiera que ustedes tuvieran la paciencia, de verdad, e instruyeran a esas pobres gentes para que ellas empezaran a trabajar sobre sí mismas y pasaran a un Nivel del Ser superior. Téngase en cuenta que el Nivel del Ser de cada cual atrae su propia vida. Veamos una vaca en el establo: su Nivel del Ser atrae su vida de vaca, y si nos llevamos esa vaca, por ejemplo a un apartamento lujo­so, y la perfumamos, la vestimos nosotros, aún en el lujoso apartamento seguirá siendo vaca.
El Nivel del Ser de cada cual, atrae su propia vida. Por ejemplo, si a una persona de un Nivel del Ser inferior, inhumano, que vive en desgracia, la vestimos de lo mejor y la llevamos al Palacio de Buckingham, a vivir allá al lado de la Reina Isabel, incuestionablemente allá, dentro del Palacio de Buckingham, su Nivel del Ser atraerá su propia vida y podemos estar seguros de que a los pocos días estará en conflicto con la servi­dumbre, formando problemas.
Pues sí: el Nivel del Ser de cada persona atrae su propia vida. Si nosotros pasamos a un Nivel del Ser más elevado, atraeremos circunstancias diferentes, unas nuevas formas de vida, y viviríamos una vida, dijéramos, edificante y esencialmente dignificante. Eso es obvio. ¿Alguna otra pregunta?

P.- Maestro: ¿qué parte del Ser somos nosotros?
R.- ¿Me preguntas qué parte del Ser somos nosotros? Eso es grave, porque nosotros no somos ninguna parte del Ser; nosotros no somos sino míseros robots programados para tal o cual trabajo, de acuerdo con el índice de materias que hemos estudiado desde la escuela. Tenemos una falsa personalidad y una Conciencia falsa; nuestra verdadera Conciencia Superlativa del Ser ha sido desplazada; está la pobre allá, arrinconada en el fon­do del olvido. Lo que somos nosotros es robots, máquinas controladas por fuerzas desconocidas, por los Yoes, pero nuestro Ser Interior Profundo, con todas sus partes sublimes, está mucho más allá de la máquina, mucho más allá del mísero robot. ¿Qué puede saber el robot sobre su Ser? ¿Qué puede saber la Mente Sensual sobre las diversas partes del Ser y sus funcionalismos? ¡Na­da! Empecemos a autoexplorarnos para evidenciar, por sí mismos, la cruda realidad de lo que somos. Sólo así, y de verdad, podremos llegar hasta las partes más pu­ras del Ser.


VENERABLE MAESTRO SAMAEL AUN WEOR...